Que el teatro vaya a lxs chicxs

Entre el 2 y el 18 de mayo se desarrolló en la provincia de Córdoba la 19º edición del Festival Señores Niños ¡Al Teatro! La propuesta surgió en plena crisis del 2001 por el empeño de teatrerxs que buscaban desarrollar un género poco explorado y en general subestimado. Casi dos décadas después ha consolidado un esquema de autogestión que le permite sobrevivir, crecer y transformarse a pesar de los contratiempos, siempre apostando al derecho de acceder al arte y a la cultura de niñxs y adolescentes, y garantizando condiciones dignas para sus trabajadorxs.

Por Pablo Caccia*

¿Qué hace esa gente con tablas y telas en la plaza? ¿Qué son esos vestidos colorinches en el patio de la escuela? ¿Quién anda con la cara pintada por la vereda del club? ¿A quién se le ocurre entrar con peluca al hospital? ¿Cómo que están tocando la trompeta en la biblioteca?

Lxs chicxs se sorprenden, espían, algunxs cuchichean, otrxs gritan, se acercan, preguntan. Algo raro está por pasar. Y entonces, de pronto, sin que nadie avise, empieza la función. El patio de la escuela se transforma en un lugar de la Mancha, la cancha de básquet es la vasta y verde pampa argentina, la sala de espera es la torre más alta del castillo. Personajes que nunca se habían visto antes pero que a todxs nos suenan de algún lado entran en escena. Una historia se despliega: se tensa como un arco y se dispara hasta el final. Cuando termina, todxs aplaudimos. Y después, señoras y señores que ya son grandes pero que disfrutan como chicxs salen a saludar, nos muestran sus títeres y sus disfraces, se sacan fotos con nosotrxs. Otra función del Festival Señores Niños ¡Al Teatro! ha concluido y cada quien se lleva, en el bolsillo, un pedacito de felicidad.

Un camino largo y sinuoso

Probablemente ninguno de lxs jóvenes teatrerxs que se lanzaron a la aventura de montar un festival de teatro infantil en plena crisis del 2001 imaginaron que, casi veinte años después, y año tras año, seguirían poniendo en marcha un espacio para el encuentro, el juego y la emoción de cientos de niñxs, de extremo a extremo de la provincia.

Aquel primer festival surgió de la iniciativa de la Fundación por el Teatro La Chacarita, tradicional sala independiente del circuito cordobés, y convocó a seis elencos y agrupaciones que compartían la producción y la investigación en el género tanto como las dificultades para la supervivencia en la profesión: La Jauja; Piedra, papel, tijera; La Chacarita;Tañe tein; Ulularia y Tres Tigres Teatro. En años posteriores, y por un par de ediciones, se sumaron también los elencos de Impresentables Grupo y Banda de Solitarios, mientras que actualmente, los organizadores del festival son Ulularia y Tres Tigres Teatro.

Desde un principio fueron por todo. Por un lado, reposicionar y jerarquizar un género teatral cuyo desarrollo incipiente había quedado trunco a mediados de los ´70 con la dictadura, y al mismo tiempo generar redes laborales y espacios de capacitación y estudio para profesionalizar la tarea.


En casi 20 años el festival recorrió casi todos los rincones de la provincia, convocó a más de 100 elencos y agrupaciones de todo el país y hasta organizó ediciones internacionales, con espectáculos de América Latina y España, incluyendo talleres de formación, foros y charlas sobre la temática.

Fotografía gentileza: Producciones anónimas

A pesar de la tradición festivalera y teatral de Córdoba, el vacío hasta ese momento de políticas de desarrollo en materia de teatro infantil se hizo notar en la rápida expansión de funciones, agrupaciones, instituciones y municipios que se sumaron a la participación y a la demanda de actividades. En ese camino, el festival recorrió prácticamente todos los rincones de la provincia, convocó a más de cien elencos y agrupaciones de todo el país y hasta organizó un par de ediciones internacionales, con espectáculos provenientes de América Latina y España, incluyendo talleres de formación, foros y charlas sobre la temática.

Pensar la cultura y el teatro para niñxs y adolescentes desde una perspectiva de derechos implica salir a buscarlos ahí a donde estén, sea en el campo comunitario del Paraje La Libertad o en el patio de una escuela primara en Malagueño, en el Complejo Esperanza o en el Hospital Infantil, en la plaza de Villa Quilino o en la biblioteca popular de Río Ceballos, en el espacio de la memoria del campo de La Ribera o en el Complejo Cultural Victoria de Oncativo.

La cultura es la sonrisa

Aunque el festival contempla funciones en salas de teatro tradicionales, una de sus características distintivas es su apuesta por escenificar en los espacios cotidianos de lxs niñxs. Se trata no sólo de una cuestión de acceso económico o geográfico (no todos pueden pagar funciones en una sala tradicional o incluso trasladarse hasta alguna localidad con teatro), sino también explorar las posibilidades de nuevos sentidos que allí se se generan. Las funciones en espacios no tradicionales rompen las separaciones entre actores/actrices y espectadorxs; lxs chicxs y sus familias pueden ver como llegan lxs artistas a la comunidad, como preparan la obra, e incluso pueden acceder a los títeres y otros materiales cuando ésta termina, hacer preguntas, intercambiar sensaciones.

En otros términos, esta particularidad busca algo más que formar espectadorxs: busca generar una familiaridad con el hecho teatral que habilite la percepción del arte y la cultura como algo accesible y apropiable, como un derecho y una posibilidad.

Esta apuesta, que es ideológica, no se da en un vacío. Sería muy difícil para lxs organizadorxs del festival garantizar esto por su propia voluntad. De allí la obligada articulación con organizaciones e instituciones políticas y culturales, estatales y comunitarias, que se han ido consolidando a lo largo de los años: centros culturales, bibliotecas populares, el Movimiento Campesino de Córdoba, entre otros, son las redes que han permitido la continuidad y expansión del evento, así como la persistencia de sus objetivos.  

Otro aliado fundamental es la escuela, en particular las públicas, espacios cruciales para la inclusión. Las obras del festival abordan una enorme variedad de temas, incluso algunos que podrían ser considerados “difíciles” como el bullying, la muerte, la violencia, entre otros. Si bien la organización pone especial cuidado en las cuestiones técnico-estéticas para garantizar la calidad artística de las obras, es notorio que cuando se logra articular, a través de maestrxs y directorxs comprometidxs, con el proceso educativo que lxs estudiantes vienen desarrollando en las aulas, la experiencia se ensancha y se enriquece.  

La organización vence al tiempo


“(…) Mi jardín hizo lo que quiso. Sin previo aviso cubrió de hiedra la oscura una reja, la blanca piedra. Podé el ciruelo, creció hasta el cielo. Las amapolas salieron solas. En vez de flores de campanillas, él decidió Carmen frutillas No es caprichoso ni prepotente. Es un jardín independiente”, aparece escrita en la tela de fondo la poesía de Beatriz Ferro.

Fotografía: Julia Barnes

Hay una premisa que las agrupaciones organizadoras del festival sostienen como principio no negociable: la definición de que quienes participan en el festival, sea como actores o actrices, directorxs, escenógrafxs, organizadorxs, o todo eso a la vez, son trabajadorxs, y como tales merecen un pago acorde a la dimensión y la calidad del evento que llevan a cabo. Todos los elencos reciben un caché por función acorde a lo que se considera una retribución digna por su trabajo.

Es decir, el festival no es sólo una actividad militante, mucho menos un hobby o un extra, es una apuesta profesional en todo sentido, y también en el económico, en el horizonte de seguir sosteniendo la idea de que es posible vivir del teatro en general, y en particular del teatro con estas características.

Sin embargo, si uno se remonta a sus orígenes, resulta difícil imaginar una definición de este tipo en pleno 2001. En aquel entonces, las urgencias del contexto obligaron a la autogestión, y los actores y las actrices se transformaron en contadorxs y promotorxs culturales, materias que no siempre se enseñan en las escuelas de teatro.

En ese trayecto, siempre resultó un punto álgido la relación con el Estado. Aunque con el tiempo se estabilizó el vínculo con el Instituto Nacional de Teatro, las relaciones con la Provincia y con la Municipalidad de Córdoba son siempre fluctuantes. La realidad varía mucho en el interior, dependiendo de los municipios y la continuidad o no del interés por el festival según las gestiones. Carolina Vaca Narvaja, de Tres Tigres Teatro, señala en este punto: “No hay nada que esté asegurado. En general depende mucho de la mirada del funcionario de turno, pero cada año es como iniciar toda la gestión desde cero”.

La apelación al ámbito estatal se engarza con la idea de la cultura como derecho y del Estado como garante de los mismos. Para Carolina, el Estado “tiene que poder ver la trayectoria de este festival y lo que este festival genera. En algún momento intentamos trabajar con sponsors comerciales, pero no funcionó, teníamos lógicas muy distintas”. Tampoco se aspira a conseguir productores privados: la autogestión es parte de la identidad del evento.


El festival contempla funciones en salas de teatro tradicionales y una de las características distintivas es su apuesta por escenificar en los espacios cotidianos de lxs niñxs desde una perspectiva de derecho a la cultura.

Fotografía gentileza: Producciones anónimas

Retroceder nunca, achicarse jamás

Demás está decir que el festival no es inmune a las condiciones generales en las que vive el país. Desde hace un par de años se vienen experimentando dificultades en el sostenimiento económico del evento. En este punto, Laura Gallo, de Ulularia Teatro, describe: “En los últimos años, las funciones que son para público espontáneo, como las de La Piojera o La Luna, las venimos haciendo a la gorra, porque para una familia ir al teatro y pagar una entrada para cada uno es costoso. Está complicado”.

Cuando en diciembre del año pasado el colectivo organizador comenzó a reunirse para delinear el festival de 2019, algunas nubes oscurecieron el horizonte. Todos los años el evento lograba generar algo de ahorro, que servía para arrancar la edición del año siguiente, teniendo en cuenta que los desembolsos de los distintos organismos no siempre son puntuales.

Este año, no obstante, el poder adquisitivo de ese excedente había sido prácticamente liquidado por la inflación. El fantasma de la suspensión del festival, por primera vez en la historia, rondó la cabeza los organizadores.

Finalmente se optó por achicar las dimensiones del festival: menos funciones, menos elencos y la mayoría locales, menos localidades a visitar. Sin embargo, a poco de arrancar con la organización, la demanda de funciones por parte de escuelas, municipios y organizaciones fue contundente, y las relaciones y redes construidas a lo largo de los años hizo difícil negarse a responder. Así, terminó saliendo un festival con cerca de cuarenta funciones, nueve elencos y más de diez municipios.

Durante la obra “Libros en la Mira,” se citan varias canciones de protesta como por ejemplo “Solo le pido a dios” de León Gieco.

Fotografía: Julia Barnes

De modo que los casi veinte años de existencia del festival no pasaron en vano, y Córdoba tuvo su Festival Señores Niños ¡Al Teatro! una vez más. La organización acumulada sirvió de sostén ante la crisis.

Convicciones

La persistencia del festival no quiere decir estancamiento. De hecho, los actuales debates sociales permean el evento e interpelan a sus organizadores, por caso en relación a su nombre mismo. “Si bien el festival se consolidó con ese nombre, lo cual tiene implicancias, como el registro ante el INT -señala Laura Gallo- la verdad es que el nombre no nos representa más. No sólo la cuestión de género y del lenguaje inclusivo, que era un debate que no teníamos en 2001, sino la idea de que para valorar a lxs niñxs hay que llamarlos ‘señores’. Lxs niñxs son niñxs, no necesitan ser convertidos en adultxs para ser valoradxs”.

En lo que parece no haber dudas, más allá de las zozobras de este año, es en la continuidad del festival. Cuando le preguntamos a Laura a qué atribuye la persistencia por casi veinte años del evento y su vigencia hoy en día, señala: “Hay en los dos grupos una convicción muy fuerte. Creo que ésa es la fuerza, el germen, la semilla. Realmente creemos con mucha honestidad en lo que hacemos. Es nuestro trabajo, tenemos una idea muy fuerte de defenderlo, creemos en el teatro, en lo que ofrece a los niños y a las niñas, en esa potencia que tiene, porque la vivimos además, hace mucho tiempo. Es una ideología que sostenemos con mucha fuerza, con mucha convicción, con mucho amor, es lo que nos sostiene y no podemos abandonarlo”.

*Licenciado en Comunicación Social, Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC, trabajador de la Facultad de Artes UNC