Con el arte a la calle

Por Pablo Caccia*

 

En los últimos años, en el marco de distintas manifestaciones, se hicieron visibles algunas intervenciones artísticas y pintadas en edificios públicos que los grandes medios redujeron a actos de vandalismo y violencia. Desde UN RATO recorremos las experiencias de Urbomaquia y Contraarte, dos grupos de artistas que realizan intervenciones en las calles de Córdoba, y reflexionamos sobre lo que se juega entre el arte, el derecho a la expresión y el espacio público.

Mesa

En octubre de 2001 el colectivo Urbomaquia instala frente a la Legislatura de Córdoba su obra La mesa. Es, en efecto, una mesa; de cincuenta y cinco metros de largo, con un mantel y ciento diez platos. Entre plato y plato hay un fibrón y un fragmento de un poema de León Felipe que dice: “Yo me pregunto loqueros / Si no es ahora… / ¿cuándo se pierde el juicio?”. La gente acude espontáneamente a la obra.

Urbomaquia: intervención La Mesa, octubre 2001. Fotografía: Urbomaquia.

Entre las once de la mañana y las cinco de la tarde, lxs artistas recogen cerca de mil seiscientos testimonios, escritos con los fibrones en ambas caras del mantel. Al día siguiente la obra es tapa de La Voz del Interior. Faltan dos meses para los hechos del 19 y 20 de diciembre de 2001.

Urbomaquia surge ese mismo año, desplegando una serie de intervenciones artísticas en el espacio público urbano con fuertes referencias al contexto de crisis económica y social que entonces se vivía. La decisión del grupo de intervenir lo público tenía que ver con preguntas respecto de qué es el arte y qué lugar ocupa el artista en la sociedad, en una realidad que volvía incómodas las respuestas vislumbradas desde la soledad del taller y la obra individual.

“¿Por qué está en crisis la Argentina?” “¿Qué pasa con esa crisis?”, eran preguntas que flotaban en sus intervenciones y que sugerían otra: “¿Qué pasa con los artistas en esta crisis?”. Según Sandra Mutal, una de las fundadoras del grupo: “La intención no era pedagógica ni concientizadora, sino dar cuenta de lo que estábamos pensando y sintiendo en ese momento. Nuestra búsqueda como artistas era interpelar al ciudadano en una situación que nosotras creíamos dramática”. Desde este posicionamiento, la idea de “obra de arte” pierde la referencialidad de un objeto y se transforma en un proceso. Su sentido se amplía y se desborda con la intervención del público en un cruce azaroso e impredecible.

 

Tachos

Urbomaquia: intervención en tachos de basura, mayo 2005. Fotografía: Urbomaquia.

En el año 2005, en la semana en que el Concejo Deliberante de Córdoba va a discutir la renovación de los contratos de las empresas proveedoras del mobiliario urbano, tres integrantes de Urbomaquia intervienen los tachos de basura de la peatonal con la leyenda “Hay mundo por poco tiempo”. La acción es observada por un vecino que, indignado, las increpa, y avisa a la policía y a la radio Cadena 3. La policía detiene a las artistas. El rebote mediático de la intervención les vale un par de horas en la comisaría y una denuncia por vandalismo y, al vecino indignado, una distinción de “Ciudadano Destacado” otorgada en el tiempo récord -dos días por el entonces intendente Luis Juez.

En realidad, la intervención era una extensión de la obra Los niños realizada meses antes por el grupo, que consistía en una serie de figuras de cartón con forma de niños instaladas en la peatonal en las que la gente podía escribir, al modo de pizarras públicas. “Hay mundo por poco tiempo” era una de las frases escritas en las figuras, que las artistas tomaron y reubicaron en otro contexto, buscando nuevas significaciones.
Para Patricia Ávila, una de las artistas de Urbomaquia que fue detenida aquella vez, “el espacio público, además de ser ‘paisaje’, es un protocolo, una serie de reglas escritas y no escritas, que tensionan los modos de construir y de apropiarse de ese paisaje. Entonces esta intervención se vio como acto vandálico, porque rompió el protocolo y lo puso en evidencia”.

“Nosotros no esperábamos mucho. No pensábamos que estábamos yendo al choque”, cuenta Patricia. “Lo que no hicimos fue pedir permiso”. Y continúa: “Nosotros decíamos que estábamos poniendo un señalamiento en un tacho de basura. Ellos nos decían: ‘han ensuciado un tacho de basura’. ¿Y para qué son los tachos de basura? Ése diálogo de locos sobre las cosas pone en evidencia las lógicas, y esos son los modos de trabajar la plástica de las relaciones sociales”.

Delfines

Una mañana de julio de 2007, la Cañada amanece poblada por delfines. Son casi dos mil delfines flotantes color azul plateado, inflados con helio. La intervención disloca el paisaje habitual del centro. La gente se acerca y toma fotos. Los canales de la ciudad envían camarógrafos y los noteros entrevistan a lxs curiosxs. Se trata de una acción publicitaria del fernet “1882” (son 1882 delfines), marca de la empresa Porta Hnos. Al final del día, los delfines se regalan. Esa noche, en 1882 casas de Córdoba hay un delfín azul plateado.

Cinco años más tarde, los vecinos de barrio San Antonio presentan la primer denuncia contra Porta Hnos. por la contaminación y los daños en la salud que provoca su planta de producción en la zona sur de la ciudad. La misma empresa que cinco años atrás regalaba delfines a los paseantes, ahora, denuncian los vecinos, les regala vapores de bioetanol. La fábrica está ubicada en una zona residencial no habilitada para emplazamientos industriales, pero resulta más difícil percibir esto como un acto vandálico.

Si el arte busca poner en evidencia las arbitrariedades que regulan los modos de convivencia social, ¿qué pasa con las intervenciones artísticas que legitiman o naturalizan esas arbitrariedades? En relación a los delfines, Patricia Ávila reflexiona: “La belleza está en todos lados, estamos llenos de imágenes bellas y la publicidad se ha apropiado mucho de la belleza. Los publicistas pueden ser creativos y tener ocurrencias. Ahora: el arte es otra cosa. No todo lo artístico tiene que ver con el gusto, ni con lo bello”.

“La construcción poética va más allá de lo enfático, no es imperativa”, continúa. “La publicidad quiere que compres tal producto. Yo quiero que sientas un momento de tensión, y ese vacío es la obra de arte, justamente. El arte no tiene por qué ser explicable, no tiene por qué tener un sentido ni un fin, porque yo sigo sintiendo que la gente se abre al arte porque siente, a diferencia de lo político y de los anuncios comerciales, que es más inocente con respecto al fin”.

 

La empresa Porta Hnos es denunciada por lxs vecinxs de San Antonio por contaminación y daños a salud. Fotografía: FAUNA Colectivo Fotográfico.

Soja

En diciembre de 2008 la artista Dolores Cáceres y otros colegas, caracterizados como campesinos chinos, siembran una hectárea de soja en los jardines del Museo Caraffa, frente a la Plaza España. Se trata de la obra Qué soy, cuyo nombre juega con las palabras “soy”, (soja, en inglés) y “sou”, (soja, en chino antiguo). El conflicto con los sectores del campo por la Resolución 125 está todavía fresco, pero la obra y la artista evitan pronunciarse sobre el tema. La intervención genera reacciones que obligan a poner una guardia policial en la plantación de soja, que permanece hasta su cosecha en abril de 2009.

La obra marcó el origen del grupo Contraarte. Marcela Majluff, una de sus fundadoras, lo recuerda así: “Nos pareció una provocación. Ahí empezamos a formarnos sobre la problemática de la soja, y fuimos al Caraffa y preguntamos: ‘¿De dónde salieron las semillas?,¿son transgénicas?, ¿están fumigando?, ¿cómo es el sistema de riego?, ¿de dónde sale el agua?, ¿se aplican herbicidas?”. Cero respuesta, no tenían catálogo ni nada. Los guardias del museo no sabían nada y la artista no estaba nunca, le pagaba a un jardinero que cuidaba la plantación…”.

“Si esto es lo que tiene para ofrecer la institución ‘arte’, nosotros estamos afuera”. Este momento de ruptura con el ámbito artístico institucionalizado implicó para muchos de los miembrosdel grupo una redefinición de sus identidades, tanto a nivel individual como colectivo. A partir de allí, pasó a ser fundamental poner sus conocimientos y habilidades al servicio de una reivindicación en el espacio público.

Contraarte se constituyó como “comunidad” abierta y autogestiva, que actúa ante la coyuntura y también en articulación con demandas sociales específicas. A lo largo de todos estos años desarrollaron intervenciones con el Movimiento Campesino de Córdoba, con los Vecinos Unidos en Defensa de un Ambiente Saludable (VUDAS, de barrio San Antonio), con los vecinos que resisten el desalojo de villa La Maternidad y, principalmente, con la Asamblea de Malvinas Argentinas y el bloqueo que resistió la instalación de la planta de la multinacional Monsanto, al que asistieron regularmente por más de cuatro años. También han hecho intervenciones en las Marchas de la Gorra, las de los 24 de marzo (aniversario del último golpe de Estado en Argentina), y por la desaparición de Santiago Maldonado, entre otras.

Sus intervenciones combinan acciones performáticas y objetos artísticos de gran calidad plástica, pero siempre al servicio de la transmisión clara de un mensaje: “Nunca hacemos cosas improvisadas. Hacemos un trabajo previo muy consciente para después salir a hacer una intervención, y siempre incluimos un volante informativo”, señala Marcela. El objetivo de las intervenciones es interpelar a la gente, y esa interpelación genera preguntas y cuestionamientos que el grupo siente la necesidad y la responsabilidad de responder.

Marioneta

En la marcha del 24 de marzo de 2016, Contraarte participa con un Barack Obama de gomaespuma de más de seis metros. La mano del muñeco tiene una cruceta con hilos que manejan a una marioneta de Mauricio Macri, el actual presidente de nuestro país, interpretado por uno de los actores del grupo. La obra sobresale por su tamaño y calidad y la marcha se descontrola: todo el mundo quiere sacarse una foto con Macri y Obama. Los organizadores piden por altavoz que dejen avanzar la marcha, que cada cien metros se hará un alto para sacar fotos. Mientras tanto, Obama, el verdadero, visita junto a Mauricio Macri el Parque de la Memoria en Buenos Aires, en homenaje a las víctimas de la última dictadura militar.

La intervención le vale a Contraarte repercusión en varios medios locales y nacionales y por primera vez en siete años el grupo saca un comunicado de prensa. Es para desmentir que sean un grupo kirchnerista y aclarar que no reciben financiamiento de ningún sector político.

Si en algo coinciden Contraarte y Urbomaquia es en que los medios masivos de comunicación resultan preponderantes para construir el sentido de lo que se ve y lo que se vive en las calles, incluidas sus propias intervenciones.

Para Contraarte, el discurso de los medios hegemónicos es parte del sentido común en disputa en sus intervenciones. Según Marcela Majluff, en las reacciones negativas “la gente habla como Lanata, como Pablo Rossi, como Petete Martínez. Nosotros escuchamos todos los medios y nos damos cuenta de que lo que muchos opinan es transcripción directa de lo que escuchan”.

Desde Urbomaquia también ponen de relieve el papel central que jugaron los medios en la construcción de la intervención de los tachos de basura como acto vandálico. Sin embargo, a los medios hegemónicos también se les puede escapar el control sobre los sentidos que una obra de arte dispara: “El modo en que la obra entró en los medios y en el debate era si habíamos pedido o no permiso. El debate era el protocolo de uso -dice Patricia-. ¿Pero cuál era la preocupación detrás de eso? Era la discusión de la renovación de los contratos para la provisión del mobiliario público urbano. Ahí se metió un personaje de la política, habló el intendente, y se transformó en un debate público. Nosotros pegamos sin querer en la rodilla, porque el arte tiende, de modos extraños, no lineales, a sugerir, a mostrar indicios”.

Máscaras

El 28 de octubre de 2017 el grupo Contraarte realiza una intervención en las calles de Córdoba pidiendo justicia por la muerte de Santiago Maldonado. Setenta y ocho personas vestidas de negro y con máscaras recorren las calles del centro portando un cartelito con un número, del uno al setenta y ocho, en referencia a los días que estuvo desaparecido Santiago. El grupo marcha en fila y se detiene en distintos lugares, repasando en voz alta los números. Cuando se nombra el último, el cartelito con el número setenta y ocho se da vuelta para dejar ver la foto de Santiago Maldonado.

Intervención de Contraarte por Santiago Maldonado, octubre 2017. Fotografía: FAUNA Colectivo Fotográfico.

Cuando la fila de actores se acerca a la Catedral, un grupo depersonas que pasa por ahí forma espontáneamente un cerco humano para defenderla. Están frescas las imágenes de las pintadas en los muros de la Catedral de Resistencia, durante el reciente Encuentro Nacional de Mujeres. La mayoría de los participantes de la intervención por Santiago Maldonado son mujeres, y están enmascaradas.

“La gente no comprendía inmediatamente de qué se trataba la intervención, por eso los que iban adelante estaban felices por la recepción de la gente, pero cuando se daban cuenta de que era por Santiago Maldonado nos empezaban a putear, y éramos las de atrás las que ligábamos todos los insultos”, recuerda Elia Bisaro, la artista de Contraarte que cerraba la fila.

Aun cuando sus intervenciones evitan deliberadamente cualquier rasgo que pudiera hacerlas ver como “violentas” o “vandálicas”, el grupo asume que ir contra el sentido común de la sociedad en que vivimos implica la posibilidad de respuestas violentas, en las que incluso se pone en cuestión el propio derecho a manifestarse. Precisamente, la negación de ese derecho se hace sacando a relucir protocolos sociales de lo que supuestamente se puede hacer o no en el espacio público, como aquel hombre que en plena performance por Santiago Maldonado se acercó a decirles que “está prohibido usar máscaras en la vía pública”.

Sin embargo, el arte muchas veces se vuelve difícil de asir para quienes pretenden hacer valer ciertas normas en el espacio público. Dificultad que se expresa cada vez que Contraarte se relaciona con la policía en alguna de sus acciones: “La policía tiene una bajada de línea de lo que se puede y de lo que no se puede. Entonces nos preguntan: ‘¿ustedes van a hacer una marcha?’. No. ‘¿Van a cortar una calle?’. No. ‘¿Qué es lo que van a hacer?’. Vamos a hacer una intervención artística. Y eso los descoloca, no está en el protocolo, no saben bien qué hacer”.

Causas y azares

A la vuelta de todo, la decisión de intervenir en el espacio público replantea también la identidad del artista y su trabajo, más acá o más allá de la institución “arte”. “Nuestra intención es interpelar a la gente, hacerla consciente de un problema”, dice Marcela Majluff, “que no sea sólo tu mirada sobre una problemática sino que los otros involucrados sean parte y enriquezcan tu propuesta. Y que uno ponga sus conocimientos y herramientas artísticas al servicio de eso: yo quiero ser artista de una causa”.

Patricia Ávila, de Urbomaquia, prefiere un arte que abra preguntas, que sugiera más que afirme: “Nunca tuvimos intención de intervenir en un debate público. Lo público es un océano, y la mayoría de las obras mueren ahí. A mí me interesa cuando la obra se expande más allá de uno. Lo que hay son preguntas. La pregunta ‘¿qué es el arte?’, es parte del arte, y eso no es ajeno cuando se sale a la calle a tocar los protocolos de convivencia. Es la pregunta sobre qué es ser ciudadano, qué es lo público, qué es lo privado. Y estas preguntas son respondidas no filosóficamente, sino sensiblemente, plástica y corporalmente”.

Sea desde la militancia cultural y la exploración artística, sea al servicio de una causa o disparando preguntas, el arte en el espacio público permite tocar fibras de la época, de una coyuntura, de una problemática, de la vida de quienes observan. En tiempos donde lo público retrocede, y los límites de lo prohibido y lo privado desbordan sobre derechos fundamentales como la libertad de expresión o el derecho a la protesta, las experiencias e intervenciones artísticas abren nuevos debates y disputas sobre las reglas de convivencia en las calles de la ciudad, pero también nuevas posibilidades para habitar lo común.

Intervención de Contraarte por Santiago Maldonado, octubre 2017. Fotografía: Mateo Allende

*Licenciado en Comunicación Social, Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC, trabajador de la Facultad de Artes UNC

Agradecemos la colaboración de Liliana Di Negro, Marcela Majluff, Elia Bisaro, Patricia Ávila, Magui Lucero y Sandra Mutal en la elaboración de esta nota