#15J – El junio cordobés

 

Retratos de antiguos rectores, casi todos sacerdotes, vuelan en pedazos desde las ventanas y chocan de frente contra la vereda de la calle Obispo Trejo. Es un sábado 15 de junio de 1918 y los estudiantes acaban de derribar las puertas del Salón de Grados, abriéndose paso entre  empujones y vidrios rotos para interrumpir la elección de rector en la Asamblea Universitaria. Desde allí descuelgan cuadro a cuadro el arte que ilustra el poder y lanzan los restos de la historia oficial hacia la policía y las autoridades, que ya expulsados del lugar miran la invasión desde fuera.

“Invadimos… e hicimos por cierto lo que debe suceder en toda revolución: depredaciones, actos un poco vandálicos, entre ellos invadimos la Rectoría. Tiramos una cantidad de cuadros de viejos rectores, tiramos muebles a la calle, algunos profesores que estaban ahí salieron corriendo y quedó la universidad para nosotros”. Estudiante de derecho por aquel entonces, así cuenta el gran escritor Juan Filloy qué hacían los protagonistas de la Reforma Universitaria para poder escribir “estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana”, una de las tantas frases célebres que hoy repetimos de su Manifiesto Liminar.

¿Qué dirían hoy medios y gobiernos sobre estos jóvenes que derribaron estatuas, tomaron y realizaron destrozos en edificios públicos e impulsaron una huelga general para hacer tambalear el orden institucional? El tiempo muchas veces logra ahuecar las palabras hasta separarlas de las cosas, recortar las imágenes hasta desdibujar las acciones. Cien años son capaces de vaciar grandes hechos históricos, enclaustrar sus consignas en actos protocolares, congelar su espíritu en monumentos y evaporar su sentido en una nube de recuerdos desconectada de la lluvia que moja nuestro presente.

Estamos viviendo el centenario de una gesta estudiantil que desafió a todas las universidades de América Latina a emanciparse del poder político y religioso, a derribar sus muros para acercarse a la sociedad y enfrentar junto a ella a los enemigos de la justicia y la libertad. Hoy la universidad es otra. El poder religioso ya no cubre cortinas y pizarrones. En su lugar, el poder económico y financiero acecha las aulas para hacer de la educación una mercancía, mientras el poder político colabora con recortes a las universidades públicas y reformas académicas que buscan transformar el conocimiento en créditos cotizados en dólares.

Lo que está en juego, mucho más que los fondos, es qué conocimientos deben generarse en las universidades actuales, qué papel deben cumplir en un contexto donde el mercado marca los límites de lo político, donde la ciencia y el progreso occidental ahogan cualquier diversidad epistemológica y cultural. Donde el capitalismo se presenta como la dirección obligatoria de cualquier futuro.

Estamos en épocas de buscar nuevas salidas: de inventar y crear alternativas para otra sociedad posible, de cuestionar las universidades como fábricas de títulos para transformarlas en un bien común, capaz de ir a contramano de los tiempos del mercado. Y hoy ir a contramano es hacer espacio para que la diversidad de saberes y culturas no desaparezcan en un código de barras, es recuperar la relación entre el conocimiento y la vida que los propios reformistas defendían.

Hace tiempo que el arte peregrina en este camino. Desde dentro de las universidades, construye paso a paso un conocimiento improductivo, mientras grita una y otra vez que la sensibilidad tiene mucho para decir en este sistema de cálculos y competencias.

Estudiantes extranjeros deciden hacer su trabajo final de carrera en la Facultad de Artes de la UNC preguntándose, desde lo poético, por la migración y la identidad en un contexto donde crecen las políticas xenófobas. Mujeres presas viajan a través del teatro, dejan las rejas atrás para pararse en una esquina del centro de Córdoba y participar de una marcha por la diversidad sexual. Sus experiencias no puede ser tasadas por ningún banco, pero el saber aprendido en ellas les abre puertas a la libertad y amplia los horizontes de su propia identidad.

La música, el cine, la pintura pueden contener en sí mismos la potencia de una educación que ponga al ser humano antes que al capital. Pueden hacer germinar en una misma tierra la diversidad que habita en las sociedades latinoamericanas.

Un grupo de estudiantes sostiene paragüas y carteles que dicen “Good bye Deodoro” mientras camina entre las miles de personas que reciben su título en el acto oficial del centenario de la Reforma. Gritan una y otra vez “¿Dónde está Deodoro?”. Es un viernes 15 de junio de 2018. Donde la historia oficial sostiene discursos de un pasado ajeno y lejano, el arte puede interrumpirlos, intervenirlos y desafiar al capitalismo universitario como único presente posible.