Con la realización de más de 50 murales, el colectivo artístico “Alta Gracia se pinta” intervino el espacio público. Una experiencia que contó con la participación de los/as vecinos/as y generó una red de comunicación en el paisaje urbano. Ideas en torno a la diversidad, los pueblos originarios y afrodescendientes fueron el motor para la expresión artística, que permitió poner en valor el patrimonio cultural de la ciudad.
Maximiliano König*
Los días 25, 26 y 27 de mayo la ciudad de Alta Gracia fue sede de un encuentro de más de 100 muralistas locales e internacionales. Se reunieron para intervenir artísticamente el ingreso sur a la localidad del Valle de Paravachasca. Villa Oviedo, Sur y General Bustos son los barrios históricamente desatendidos por los gobiernos municipales y provinciales que fueron beneficiados por esta iniciativa. Los conceptos de diversidad, los pueblos originarios y afrodescendientes fueron el motor para la expresión artística, que permitió poner en valor el patrimonio cultural de la ciudad y contó además con la ayuda y participación de los/as vecinos/as.
El encuentro de muralismo tuvo como origen una pintada colectiva que se realizó en el marco del Encuentro de Candombes, celebrado el año pasado en Alta Gracia. Los lugares elegidos fueron casas, tapias, talleres, comercios y escuelas que vieron refaccionados sus frentes. Valeria Volando es una de las artistas que junto a Fernando Gómez, Agustina Di Mario, Eva Galasso, Esteban Garbi, Melanie Binderer, Agustina Romé, Belén Fernández, César Romero, Andrés De Moura, Liliana Italiano y Cecilia Prieto organizaron y gestionaron el “Alta Gracia se pinta”. Durante el primer día, los/as muralistas visitantes recorrieron los diferentes muros para conocerlos y se les otorgó un kit de pinturas para empezar a trabajar.
Isa Duarte, una de las participantes del encuentro, contó cómo fueron esos días de explosión artística: “Fue una experiencia maravillosa y emocionante en todos los aspectos. Los vecinos nos trataron mil puntos. Dentro de la convocatoria estaba la iniciativa de comprarles a productores locales de huertas orgánicas unos menús que preparaban a precios muy razonables. Hasta los verduleros de la zona nos traían frutas para todos los artistas. Se trataron de cuidar aspectos vinculados a la preservación de la limpieza del lugar y de la ecología. Éramos aproximadamente 80 artistas que nos ayudabamos mutuamente en todo: si había que compartir la pintura, se compartía. Después de cada día de trabajo la mayoría de los artistas se hospedaron en Colonia José María Paz donde comían todos juntos y disfrutaban música juntos compartiendo experiencias del evento”.
En total se pintaron más de 50 murales, en lugares que se eligieron hablando con los/as vecinos/as, contándoles la iniciativa y la intención de hacer un cambio en el barrio, dándole vida con las pinturas. “El proyecto consistía en pintar paredes de vecinos que se inscribieron en la municipalidad dentro de un proyecto solidario de refacción de fachadas y de mejoramiento visual de barrios humildes próximos al río. Además de belleza, la idea era evocar un arte reflexivo no remunerativo, en el cual iban a participar unos 80 artistas de todos lados, tanto de Córdoba como de otras provincias, y hasta de otros países. Había incluso un grupo de uruguayos, ‘Panamá Club’, que vinieron en casilla rodante”, explicó Isa.
Según la artista, algunas personas tomaron con cautela la propuesta, ya que “es algo nuevo para la gente”, pero finalmente despertó mucha expectativa. “Un aspecto a destacar fue el entusiasmo de la población, muchos que no se habían inscripto nos pedían por favor que si podíamos pintarle su casa, que les encantaba el proyecto, que querían anotarse en una lista de espera si a algún artista le sobraba tiempo, cosa que no pasó finalmente. Los chicos se sacaban selfies con nosotros y las pinturas. Fue muy divertido”, comentó.
El encuentro pretendió establecer vínculos con la comunidad a través de charlas y talleres sobre muralismo, y diferentes técnicas de arte callejero. Según explicó Isa, también se enviaron invitaciones a las escuelas para que los/as chicos/as vieran cómo trabajan los/as muralistas.
El proyecto “Alta Gracia se pinta” implicó intervenir el espacio público urbano a través de acciones de ocupación, modificación y reclamo en escenarios “no convencionales”. Asimismo, se posicionó como propuesta de concientización y de sensibilización de una comunidad particular, inscribiéndose como una práctica de creación participativa, en la cual se parte de vivencias personales para integrarlas a propuestas grupales más abarcativas de la sociedad. La pintada, así, tuvo como objetivo renovar una forma de comunicación y abrir un diálogo con un gran abanico de actores de la sociedad.
La práctica artística como acción colectiva
Todo el proceso de concepción, diseño y ejecución de la producción muralística de la ciudad de Alta Gracia fue absolutamente autogestionado y organizado por el colectivo. Si bien hubo colaboraciones estatales y privadas, en relación a recursos materiales y humanos, el grupo de artistas se encargó de la mayoría de las cuestiones.
A su vez, toda intervención en el espacio público busca nuevos modos de contribuir a la construcción social. Se trata de un espacio donde se expresa y absorbe información sobre la actualidad, así como un lugar de intercambio y movimiento. Muchos de los colectivos que realizaron murales generaron una red de relaciones en ese espacio público recuperado, por lo cual la acción no se circunscribe sólo a la dimensión cultural y estética sino que se vinculó con la lucha política y social, donde el discurso ciudadano se posicionó y se redefinió. En este sentido, estos murales poseen un anclaje e identidad territorial mucho más arraigado que, a través de la acción colectiva, origina un contenido social y político.
Esta actividad cooperativa genera entonces un sentido compartido del valor de lo que se produce, quedando abierta la esfera artística al espacio social. Tal como plantea la socióloga Maristella Svampa, estas experiencias de colectivos culturales pueden verse como esferas de contrapoder y de resistencia, que intervienen en el espacio público callejero desde lo grupal, instaurando nuevos modos de producción, de difusión y de sociabilidad en los que se generan las obras. Desde allí, estos grupos impulsan también la construcción de una memoria colectiva.
Según Svampa, “estas formas de activismo cultural constituyen una de las dimensiones menos conocidas de los movimientos sociales realmente existentes hoy en la Argentina, que no sólo dan cuenta de parte de lo efectivamente sedimentado una vez pasado el periodo de efervescencia social, sino que nos advierten acerca de la emergencia de una subjetividad política, con una especificidad propia, es decir, no asimilable a otras experiencias de movilización”.
De México a Argentina
El muralismo surge a mediados del siglo XX como un movimiento artístico de origen mexicano, que se distingue por tener un fin político o un manifiesto sobre la situación social y política, considerado clave en la historia del arte mexicano y que rápidamente se proyectó a distintas partes del mundo. A partir de 1930, el movimiento se extendió por otros países como Brasil, Perú y Argentina.
En nuestro país, el primer contacto con el muralismo se dio con la llegada del mexicano David Alfaro Siqueiros, un militante comunista enfrentado con el gobierno y expulsado de su país. Así comenzó un periplo internacional que alrededor de 1932 lo traería al Río de la Plata, con la propuesta de realizar murales públicos en la Boca, Barracas y Puerto Madero, pero el gobierno conservador de Justo le truncó la propuesta. Natalio Botana, director del diario Crítica, le ofreció entonces la posibilidad de realizar un mural dentro de su quinta en Don Torcuato. Así, eligió un equipo de ayudantes para la realización del trabajo, compuesto por los artistas locales Lino Enea Spilimbergo, Carlos Castagnino, Antonio Berni y el escenógrafo uruguayo Enrique Lázaro, quienes realizaron un mural íntimo, interior, que cubría bóveda, paredes y piso de un sótano. Esta experiencia, denominada “Ejercicio Plástico”, si bien se caracterizó por no responder a una consigna política ni a una problemática social, abrió un precedente para los jóvenes artistas que habían trabajado con Siqueiros, sobre todo en relación al concepto de arte monumental y al trabajo colectivo. Canal Encuentro realizó una serie sobre la historia del mural de Siqueiros: Ver serie Ejercicio Plástico.
En la actualidad, en ciudades como La Plata, Rosario y Córdoba, se ha producido un resurgimiento de la producción mural, la cual se ha hecho más visible sobre todo desde el año 2001. Un ejemplo se encuentra en La Plata con la producción realizada en el año 2000 por la muralista Cristina Terzaghi, profesora en la Facultad de Bellas Artes, conjuntamente con sus estudiantes en el muro externo del ex Distrito Militar, edificio que actualmente pertenece a la Universidad Nacional de La Plata. La obra muestra un joven que aparece en el centro del mural, portando un estandarte con la bandera argentina, que está prácticamente desnudo y sin botas, y fue dedicada a los jóvenes que combatieron en Malvinas, apelando a trabajar la memoria y evitar el olvido.
Fuente: La Tinta – Alta Gracia se Pinta: muralear es siempre colectivo. Por Soledad Sgarella
*Licenciado en Comunicación Social, Facultad de Ciencias de la Comunicación, UNC.