La reforma impulsada por lxs estudiantes de Córdoba en 1918 que se expandió a toda América Latina planteó, entre otras cosas, una nueva ética que puso en el centro de la escena la responsabilidad y el compromiso de las universidades públicas con el mundo, con su sociedad y su contexto. A cien años de aquella gesta, recuperamos una de las experiencias del Programa Universitario en la Cárcel que tendió puentes desde el arte y la creación teatral hacia uno de los sectores más excluidos y silenciados de la sociedad actual: las mujeres presas en el penal de Bower.
Por Verónica Carpintero y Cecilia Ávalos*
“La educación a través del diálogo libera a las personas, permite que se afirmen
y sean el actor de su historia y se realicen en esta acción”
Paulo Freire
En el marco de los cien años de la Reforma Universitaria de 1918, rescatamos uno de los tres pilares fundamentales -junto con la docencia y la investigación- sobre los que se asienta la tarea de la universidad pública: la actividad extensionista. El arte, como lazo humano que permite el reencuentro comunitario y el compromiso social, tiene grandes aportes para realizar en la vinculación entre universidad y sociedad, uno de los grandes principios que nos legaron los reformistas. Ejemplo de ello es la experiencia del Taller de Teatro y Radioteatro realizado en el marco del Programa Universitario en la Cárcel (PUC) por Fernanda Vivanco, licenciada en Comunicación Social y docente del Departamento de Teatro de la Facultad de Artes de la UNC, junto con la profesora Ernestina Garbino.
El proyecto de teatro gestado por Vivanco y Garbino se desarrolló en el Complejo Penitenciario Bower (sur de la ciudad de Córdoba) en el Correccional de Mujeres, entre los años 2001 y 2009. Se trató de un taller interdisciplinario que amalgamaba el teatro, la comunicación (radioteatro) y los derechos humanos.
Lejos de la idea que se habían hecho en el servicio penitenciario sobre el rol que cumplirían las docentes universitarias dentro del penal –“colaborar en el armado de los actos escolares”-, la dupla de profesoras presentó el taller “Pensamiento y Producción Teatral” enfocado en trabajar la obra Antígonas, de Sófocles.
Fernanda Vivanco cuenta que la intención era generar un ámbito de reflexión en torno a la mujer en conflicto con la ley. Aunque el proyecto tenía un nombre poco común y “no muy fácil de pronunciar”, fue aceptado por las autoridades carcelarias. Así, entre los muros comenzaron a surgir poesías e improvisaciones y se logró un espacio de libertad para el pensamiento.
La finalidad del taller era colaborar en la reconstrucción de la identidad dañada. En esta dinámica que se establecía entre la lógica carcelaria y la universitaria, el teatro habilitó un espacio de empoderamiento para las mujeres que participaban. Para Fernanda, “más allá de la causa de por qué llegaron ahí, la idea era trabajar con las personas que estaban en esa circunstancia, ver qué potencias se podían encontrar, esperando que las producciones que surgiesen impulsaran otra mirada sobre el mundo, que se pensaran otras alternativas de vida y no la repetición o reincidencia de caer en lo mismo”.
Ni grotesco ni terapéutico: transformador
Según Fernanda, en el taller lo recreativo no pasaba por el esquema de comicidad típico o grotesco. El enfoque estaba puesto en la capacidad del teatro para transformar realidades. El arte vino a ofrecer un espacio de libertad donde ésta no existía; un espacio de movimiento y de expresión en un lugar donde había (hay) reglas sobre qué decir y hacer.
El proyecto de Garbino y Vivanco estaba ligado a un paradigma educativo que cuestionaba al modelo tradicional, sumamente instalado en la institución carcelaria: “Nuestro posicionamiento pedagógico era muy horizontal y eso molestaba mucho al personal de la cárcel. Principalmente, generaba malestar que no tomáramos distancia con las mujeres que participaban del taller, aspecto en el que ellos trabajaban profundamente”, recuerda Fernanda.
El taller no perseguía fines terapéuticos ni pretendía generar bienestar allí donde el malestar era constitutivo -y necesario para no perder de vista el derecho a la libertad de expresión-. Precisamente, ese malestar fue el punto de partida desde el que cada mujer construyó o reconstruyó un universo expresivo, siempre a partir de un material personal que, de manera paulatina, trascendió la descripción para devenir en creación, en invención. Así lo explica Fernanda: “Aunque pensáramos cada puesta en escena de manera estética no queríamos que ese objetivo empañara lo que habían sido los procesos. La estética no daba cuenta de cómo había sido el trayecto. Las reglas de improvisación podían cambiar en el momento en que actuaban. Esa desobediencia, ese tomar partido eran parte de la propuesta, pero siempre con fundamentos”.
Además, la integrante del proyecto cuenta que los ensayos nunca se desarrollaban con el mismo grupo. “Las participantes podían estar castigadas o haber salido en libertad, estar enfermas, no escuchar el llamado… entonces, nunca teníamos un ensayo tres veces igual. La obra llegaba al final como podía. Además, el vestuario era muy artesanal, muy conmovedor. Por eso, es muy difícil poner estas producciones en contraste con otras producciones”.
Saltando muros
La actividad extensionista que desarrollaron Fernanda y Ernestina incluía dentro de sus objetivos abordar los derechos humanos. Principalmente, interesaban los derechos a la expresión y a la educación, a menudo vulnerados en el ámbito carcelario. Así es que el proyecto inicial, teatral, fue incorporando otras herramientas y disciplinas: el radioteatro, la comunicación y los derechos humanos. Estos elementos, que se evidenciaban como necesidades básicas, se encararon desde la dramaturgia.
Gracias al radioteatro, las producciones culturales de esas mujeres estigmatizadas traspasaron los muros de la cárcel. Sus voces irrumpieron el mismo espacio social que las había excluido: “Logramos que hicieran producciones propias sobre la base de temas de derechos humanos que se trabajaban en el taller. Fue todo un flash para ellas escucharse en la radio. Al taller asistían alrededor de diez mujeres y en el pabellón había cerca de trescientas. Hicieron que todas pusieran la radio a la hora que salimos al aire. Primero fue a través de Radio Revés -en aquel entonces, la emisora de la Escuela de Ciencias de la Información de la UNC- y después lo pasaron por Radio Nacional”, rememora Fernanda. Además, la exposición fuera de los muros generó una revalorización, por parte de las talleristas, de ese espacio de expresión.
Compartimos aquí una de las producciones realizadas en el marco del proyecto con la cronología de las producciones teatrales y radioteatrales que se realizaron durante el taller y la experiencia contada por las mujeres que participaron del espacio:
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Desterradas de la escena social
Antes de llegar al Complejo Carcelario de Bower, el trabajo extensionista de Ernestina Garbino y Fernanda Vivanco había comenzado en la cárcel que funcionaba en el Buen Pastor. Cuando ese edificio se refuncionalizó, las internas se alojaron de modo transitorio en las instalaciones de la vieja cárcel de Encausados. Finalmente, las trasladaron al sector femenino del penal de Bower. Esa cárcel es “como las de las películas de Estados Unidos”, indican las docentes: no hay contacto humano entre guardias y presas, más que en algunos momentos, porque desde un lugar aprietan un botón y se abren y cierran las celdas. Esto, desde la visión de las profesionales universitarias, generó una depresión absoluta en las mujeres.
En efecto, la modificación del espacio afectó las relaciones entre las internas y las guardiacárceles. En Bower ya no contaban con espacios comunes de convivencia y los códigos disciplinarios establecieron nuevas restricciones. Paradójicamente, el hacinamiento en el que vivían en la cárcel del Buen Pastor -diez o más mujeres en una celda- les ofrecía cierto cobijo y sentido de comunidad. De hecho, esta desterritorialización, junto con algunas tensiones entre las instituciones -universidad/servicio penitenciario-, influyó en la disminución de la participación de las internas en el taller.
Huellas de una experiencia
A Fernanda, esta experiencia extensionista en la cárcel le permitió visualizar y dimensionar la faceta transformadora del teatro. De hecho, cuando comenzó la carrera de Comunicación Social le interesaba la comunicación desde ese lugar, pensando en todas las posibilidades que brindaba como herramienta para visibilizar las problemáticas que no están en la agenda, es decir, las de la gente oprimida. “Al haberme formado en una universidad pública me siento en la obligación de devolver lo que yo recibí cuando pasé por esta casa”, apunta.
Actualmente, Fernanda participa en el grupo Les Yuyeres, un proyecto extensionista y de investigación en zonas rurales. “A través del teatro, por medio de la técnica teatro-foro, de Augusto Boal -inspirada en Pedagogía del Oprimido, de Paulo Freire-, tratamos de hacer visibles ciertos saberes ancestrales sobre cómo curarse con yuyos que poseen propiedades medicinales y que están al alcance de la mano de las personas que viven en el monte. Intentamos recuperar la transmisión oral que antes se usaba y que empezó a cortarse con las nuevas generaciones”.
Desde su punto de vista, si bien no es dimensionable o no se puede precisar con exactitud el resultado de lo que se hace –“más allá de las demostraciones de afecto que recibís”- el poder transformador, movilizador y emancipatorio del Teatro es una realidad, tanto como lo es que el taller del PUC logró establecer vínculos basados en la solidaridad y el respeto, principalmente con la mirada puesta en las necesidades del/la otrx.
*Licenciadas en Comunicación Social, Facultad de Ciencias de la Comunicación, UNC.