A través de una mirada sobre “El estudiante”, la película que más profundamente intentó pensar la militancia desde la ficción argentina, reflexionamos sobre las formas que puede asumir la política en la universidad pública. En un contexto de escasez de producciones sobre el tema, el filme ofrece además la posibilidad de analizar las lógicas de poder y su impacto en los principios éticos e ideológicos de quienes lo ejercen.
Por Martín Iparraguirre*
Pese a su evidente presencia en la vida pública de nuestro país, la militancia estudiantil ha sido un tema ausente en el cine argentino de ficción reciente. No se trata de una tara nueva, pues debemos retrotraernos hasta 1962 con “Dar la cara”, de José Martínez Suárez (estrenada el mismo año que “Los jóvenes viejos”, de Rodolfo Kuhn, que tematiza la emergencia de la juventud como un sector social importante de la vida del país) para encontrar un antecedente claro. Aunque -y sin dudas- es un síntoma de la época: visto ya en retrospectiva, si algo caracterizó al Nuevo Cine Argentino (NCA) fue una extraña vocación por esquivar las discusiones políticas de su tiempo, al menos en sus ficciones.
“El NCA apenas si se animó a mostrar algunas de las secuelas marginales de esa degradación política, económica y cultural [en referencia al menemismo], centrándose precisamente en el retrato distante de seres marginales, sin establecer con ellos –ni entre ellos y su momento histórico– ninguna relación. Esa virtual desaparición de la realidad –que solo parece resistir en el revitalizado cine documental– ya no se debe a la censura de una dictadura (como la que ahogó al radicalizado modernismo del NCA de los sesenta), sino a la negación política de una generación que creció con y no contra el menemismo”, afirma el director y crítico de cine Nicolás Prividera en su libro El país del cine. Para una historia política del Nuevo Cine Argentino. Y destaca de éste último su “apoliticidad, naturalismo y déficit de historicidad: una trinidad que no puede sino terminar en la nada misma”.
En este contexto, vale la pena destacar el reciente estreno de la nueva serie web “FUC – Estudiantes en movimiento”, una producción local donde una estudiante de Cine y Televisión indaga sobre la Federación Universitaria de Córdoba, y que aborda a lo largo de sus cinco capítulos el surgimiento del movimiento estudiantil cordobés y su importancia para la historia de nuestra provincia (ver más información y la serie online aquí -enlace a Mientras tanto-Cine).
Más allá de esta producción reciente, todos recordarán a “El estudiante” (2011), de Santiago Mitre, el filme que más decididamente intentó representar el universo de la militancia estudiantil en lo que va del siglo.
La película como relato político
Mirada hija de su tiempo, la película de Mitre constituye toda una declaración sobre las formas que asume la política en la vida interna de la universidad pública, aunque sin hacer referencia directa a su contexto histórico. “Yo me esforcé por hacer un relato político, que la película narrase una institución política y que tomase a la política como tema, sin entrar en las discusiones actuales”, explicó el propio Mitre en una entrevista con Página 12, aunque al mismo tiempo afirmó que “la UBA es una especie de micromundo con una lógica propia, un lugar que se puede narrar como para referir a un lugar mayor. Contando bien los modos de esa institución se podía hacer referencia a otras instituciones más grandes, incluso el país”.
Ese país no era otro que la Argentina kirchnerista, donde la militancia juvenil había adquirido una centralidad importante en el imaginario social, entre otras razones por su celebración desde el discurso mediático y político de la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner. ¿Qué visión orquesta entonces Mitre sobre esta práctica esencialmente democrática en nuestras universidades?
Porque “El estudiante” se presenta a sí misma como una investigación exhaustiva sobre ese mundo que busca retratar, en la que incluso muestra una clara vocación didáctica. Basta reparar en la introducción propuesta por la voz en off omnisciente que abre la película (que irrumpe a los seis minutos para presentar al protagonista y adelantar la trama) para comprender que el filme propone una formación sobre ese universo a través de Roque Espinosa (Esteban Lamothe), protagonista absoluto de la obra, joven de la localidad de Ameguino que llega a Capital Federal para probar suerte, por tercera vez, en la carrera de Ciencias Sociales de la UBA. El propio recorrido dramático que vivirá Roque es el de un proceso de aprendizaje en un mundo que al inicio le resulta absolutamente ajeno, por lo que funciona como una extensión de la mirada del espectador, que a través de él puede adentrarse en un mundo conocido hasta entonces por los discursos políticos y mediáticos que circulaban en la sociedad.
Sin embargo, y como dejarán en claro las primeras escenas, los intereses del personaje estarán muy alejados del estudio, dimensión absolutamente ausente en el filme ya que Roque solo se preocupa por conquistar a alguna compañera -se trata de un seductor nato-, al punto que su ingreso a la política vendrá por un interés romántico: la profesora Paula Castillo, militante de la agrupación “Brecha”. Casi sin darse cuenta, el joven estará militando en la misma agrupación y su vida girará en torno a la política universitaria, donde se convertirá en el principal operador del líder del grupo, el profesor Acevedo, antiguo dirigente del gobierno de Raúl Alfonsín que lo tomará bajo su ala.
Mirada descarnada de la política y sus prácticas, “El estudiante” plantea en su nudo argumental un conflicto ético: Acevedo irá manipulando a todos los protagonistas y tejiendo alianzas secretas con su principal competidor para llegar al rectorado de la UBA, traicionando a sus compañeros de Brecha y utilizando en el proceso a Roque, sin que él se percate de la situación. Sin embargo, nuestro protagonista podrá organizar una última jugada para poner al líder bajo su dominio y restaurar su posición moral.
Estudio preciso sobre el poder como instancia articuladora de toda comunidad, que atraviesa horizontalmente a sus miembros a la vez que define sus horizontes de acción, el filme ofrece empero una mirada desencantada de las prácticas políticas, a pesar de que entienda su dimensión pasional. Los instrumentos de acción que propone para sus agentes son invariablemente el engaño, la traición, los acuerdos a escondidas, la puesta en escena y la manipulación del otro, el discurso como pantalla y justificación de la ambición personal y el individualismo. En este sentido, “El estudiante” es la visión opuesta a la idealización de la militancia practicada por el kirchnerismo: para la película, estas prácticas terminan funcionando como una escuela informal para preparar, organizar y seleccionar a los futuros dirigentes del país en las artes no tan nobles de la praxis política, con lo que incluso se podrían pensar analogías con los discursos sobre La Cámpora que circulaban en los grandes medios de prensa.
Ética y praxis
La propia construcción de los personajes confirma esta visión escéptica sobre la política: desde el militante de izquierda radical que concibe a su praxis como una oposición intransigente a toda institución, hasta el mismo Roque que apela a cualquier estrategia para conseguir sus objetivos –sea conquistar una mujer o ganar una elección–, los protagonistas son enfrentados continuamente a opciones morales que desechan sin debates ni cargos de conciencia, sin ningún prurito ético, en aras de la resolución de sus necesidades coyunturales o las del partido. El pragmatismo es el único valor rector, pues las ideologías y los compromisos constituyen una marca identitaria pero superficial, sin implicancias en los comportamientos de los personajes, como demuestra Roque no solo en ciertas prácticas negociadoras sino también en sus relaciones con las mujeres, a quienes engaña y utiliza sin pudor. Incluso el gesto solidario que el personaje esbozará ante la falta cometida por un compañero se explicará por la necesidad de salvar al partido de un posible escándalo antes de las elecciones.
La única posición digna que ofrece el filme desde el punto de vista ético es la de quienes se han retirado del juego político, como sugerirá el final de la película o la deriva de otros personajes, como la propia Paula, que será relegada de sus espacios de acción por mantenerse firme en sus ideales. El leitmotiv mayor de los personajes es el poder como gran fuerza seductora, instancia irresistible capaz de trastocar todas las posiciones éticas y políticas de sus víctimas, hombres ansiosos de poseerlo.
Se trata al fin de una lectura esencialista: para la película, estas prácticas distorsivas de la política constituyen su naturaleza, una dimensión intrínseca de su praxis asociada irremediablemente al poder y su ejercicio. El enunciador del filme esbozará en diversos momentos esta dicotomía entre los ideales de los personajes y la necesidad de flexibilizarlos para conseguir algún objetivo, aunque lo explicitará una discusión entre Roque y la familia que lo alberga al inicio. “Es muy fácil hablar si no se quiere gestionar”, replicará el protagonista ante los cuestionamientos, y allí se encuentra el centro de su análisis: el poder es el gran corruptor porque eventualmente exige claudicar los principios éticos e ideológicos para poder ejercerlo. Por eso se vuelve tan significativo el desenlace de la película, donde Roque se encuentra por primera vez en una posición de poder sobre su mentor y eventual traidor, Acevedo, quien le ofrecerá una nueva propuesta para volver a insertarlo en el juego político. La respuesta será un monosilábico “no”, que puede interpretarse como una restauración de la posición ética del personaje (lo que implica perder la posibilidad de efectivizar el poder que tiene en ese momento y su exclusión de la política formal) o, si apelamos a una interpretación más ambigua, podemos pensar que ese rechazo funge como el inicio de una nueva negociación por parte de Roque que quedará en fuera de campo, y que podría efectivizar así la posición de poder que ostenta.
En cualquier caso, lo significativo es que para la película no hay posibilidad de ejercer la política sin entrar en esas prácticas que desnaturalizan los principios éticos que se defienden, contracara exacta de la reivindicación idealista de la militancia practicada por los discursos de izquierda. ¿Se trata de un diagnóstico antipolítico? Más bien, “El estudiante” es un filme sobre la construcción de poder desde una visión propia de la tecnocracia neoliberal, donde el valor rector es el pragmatismo, y palabras como “ideología”, “conciencia” o “ideales” solo tienen cabida como medios para conseguir ciertos fines. ¿Una visión realista, se dirá entonces, despojada de todo romanticismo? Al final del recorrido, Roque habrá confirmado en carne propia la certidumbre que sostenía al inicio del filme: todos los políticos son finalmente “lo mismo”, pues deben apelar a las mismas prácticas para llegar al poder y ejercerlo. Quedará en nosotros, los militantes de la vida real, negarlo o darle la razón.
*Docente de la Facultad de Artes UNC, periodista y crítico de cine.