Estamos en crisis: emergencias individuales y colectivas, incertidumbres nacionales e internacionales invaden nuestro día a día. Caminamos una crisis que se traslada desde la economía nacional a los bolsillos y los trabajos de millones y que va cerrando, una a una, las puertas del arte y la cultura. Las entradas al teatro o al cine quedan postergadas por un pueblo que cuenta las monedas para pagar la luz o el gas y lxs artistas suman su andar a esta lucha por la supervivencia, mientras espacios culturales desaparecen al ritmo que dicta el mercado financiero internacional.
¿Pero qué esconde esta palabra que hoy se repite en nuestros debates de almacén, oficina o sobremesa y que nos ancla en una inmediatez donde lo urgente parece dictar lo posible? Lejos de un destino impersonal e inevitable, la crisis de hoy, social, política, económica, es un camino trazado desde el poder. Un poder que, desde hace algunos años, avanza con paso militar por territorio argentino aboliendo la cultura como derecho y decretando su valor como mercancía.
Mediante sus políticas culturales, el neoliberalismo de nuestro tiempo va recortando la silueta de la cultura, definiendo qué es, quiénes pueden hacerla y quiénes acceder a ella. Con cada uno de sus ajustes, el gobierno nacional esculpe una cultura de elite donde las mayorías quedan fuera. Fuera del sentir y el pensar, fuera del placer, el dolor y la reflexión, fuera de ese paraguas del nosotrxs que el arte, desde su singularidad, es capaz de crear en medio de las tormentas.
«La cultura es hoy el instrumento perfecto de este capitalismo avanzado”, dice la filósofa catalana Marina Garcés para señalar una realidad que es ya transnacional. Instrumento que, agrega, ofrece una experiencia despolitizada de la libertad y de la participación a través de un ámbito cultural en el que cada unx tiene su lugar y las reglas están claramente establecidas, donde no hay posibilidades de posicionarse, ni de discutir las representaciones del mundo, sino solo de consumirlas, sin que «nos vaya nada en ello». Es en esa bifurcación donde lo político se cruza con el arte y la cultura.
Pero volvamos a la crisis, esa palabra desvirtuada de nuestro aquí y ahora que, en su origen griego, está asociada a los términos juicio y criterio, decisión y elección. Nuestro tiempo, el tiempo de crisis, es el momento en que la rutina y lo dado ha dejado de servirnos como guía y el camino trazado por el poder nos impulsa a optar frente al vacío. Y allí, en ese momento en que la crisis deja de ser destino y pasa a ser la huella de una política, un gobierno, un poder, hay también un poder en los pies que la caminan.
Hay una creatividad que estalla desde abajo, en pasos que resisten su andar al matadero. Hay actores o actrices que antes de transformarse en personajes ocupan el escenario como trabajadorxs de la cultura y se paran ante a miles de espectadorxs para lanzar al silencio de una sala su manifiesto contra los recortes. Hay grandes figuras del cine argentino que ponen el cuerpo en un video para denunciar la decadencia provocada de la industria nacional, esa que también arrastra su propia actividad. Hay incluso un ingenio popular que lanza una canción contra el presidente en medio de un estadio de futbol y que músicxs de los más diversos géneros reversionan para sumar su arte al descontento viralizado. Hay dibujantes que vierten sus horas en viñetas para crear trincheras capaces de decir con humor la realidad que el gobierno busca ocultar.
Hay también resistencias que son rebusques, maneras de transgredir desde lo colectivo y lo comunitario los límites que el dinero le impone al arte. Puertas que se abren para combatir la restricción de la entrada con una gorra que circula al final del espectáculo. Casas para habitar que se transforman en salas de muestras y ensayos, espacios para recitales y varietés. Grupos de teatro que en 2001 aprendieron de la crisis y que hoy reavivan la autogestión como forma de sostenerse e incluso expanden este legado a las nuevas generaciones para que el arte siga vivo en las crisis que vendrán. Productoras que apuestan por mantener vivo el cine local y que las voces cordobesas sigan sonando contra viento y marea en las pantallas de festivales y computadoras.
Estamos en crisis. Y paradxs ante este vacío, encontrar un modo político de habitar el mundo desde el arte se vuelve una urgencia. Para alcanzar nuevos horizontes desde la honestidad con nuestro propio tiempo. Para pararnos bajo el mismo paraguas de la sensibilidad común y así, juntxs bajo la tormenta, emprender la búsqueda de nuevos caminos.