Un resplandor blanco tiñe nuestras caras. No son las estrellas, son las pantallas.
Con un promedio de 3 a 5 horas y aproximadamente 85 interacciones diarias, mirar e interactuar con nuestros celulares y computadoras sea posiblemente la costumbre más universal que compartimos en esta época.
Habitamos, cada vez más, un espacio que queda en la luz que brota de nuestros aparatos.
Si el lenguaje es inseparable del pensamiento, si no es solo un medio sino una forma de de entender, expresar y crear, entonces las pantallas también son mucho más que una herramienta. Son quizás moldes, cerraduras a través de las cuales, no solo expresamos el mundo, sino que adaptamos nuestros cuerpos, nuestras vidas, nuestros mundos.
El medio es el mensaje, decía Marshall McLuhan hace medio siglo, para analizar cómo y hasta dónde las tecnologías determinaban nuestras formas de ser y estar. Los medios, que en ese entonces incluían el televisor como el último invento de la comunicación, son ya extensiones de nuestro propio cuerpo.
Una nueva subjetividad, una nueva sensibilidad está naciendo de las tecnologías que guían, cada vez más, las maneras de comunicarnos, de informarnos, de pasar nuestro tiempo. ¿Qué pasa con las sensaciones, las emociones, con todo eso que el arte busca movilizar en nosotrxs en estos tiempos digitales?
En nuestra cultura mediada por la tecnología. La vista y el oído son las puertas inevitables de entrada a los entornos digitales, que dejan fuera olores, texturas, gustos, abrazos, materialidades. El lenguaje artístico, que se nutre de las capacidades humanas de sentir y experimentar, se enfrenta en esta era a nuevos desafíos.
Los entornos y ritmos digitales abren preguntas que sacuden debates que durante siglos han atravesado el mundo del arte. El espacio-tiempo que se disuelve en la inmediatez del ritmo digital interroga al arte como pausa, como valor reflexivo, poético, político, sutil.
Pero gran parte del arte ocurre hoy también a través de antenas, ondas y cables que constituyen la infraestructura material de nuestra virtualidad cotidiana. Vemos cine y escuchamos música en plataformas digitales, disfrutamos dibujos y pinturas mucho más en las pantallas que en un museo o una galería. El teatro aparece así como territorio de resistencia, exige presencia concreta y real de los cuerpos en un espacio-tiempo material, en una experiencia común.
El mundo digital amplía voces y abre las puertas de cines, recitales y museos que muchas veces se encuentran cerradas para ciertos sectores sociales. Para muchxs, los aparatos tecnológicos son puentes a través de los cuales acceder al arte y la cultura, incluso para ser creadorxs de las mismas. Nuevos circuitos artísticos brotan y crecen en los entornos digitales, abren posibilidades de experimentar formatos, lenguajes.
Estas libertades, sin embargo, implican recorridos en los que generamos datos, perfiles de usuarios, informaciones que son insumo para las corporaciones que transforman esos recorridos en algoritmos y operaciones de mercado.
Sobre ese terreno virtual y económico, también creamos, combatimos, transformamos realidades colectivas. Las redes sociales le dan un nuevo alcance y poder a nuestras voces, que empiezan a conectarse, a compartirse, a reafirmarse. Los escraches del feminismo son quizás hoy una de las mayores pruebas de cómo lo virtual penetra lo real. Somos capaces de viralizar nuevas subjetividades.
Buscamos que las redes que estamos creando desemboquen en las calles. Sabemos que el arte que difundimos en territorios virtuales adquiere sentido si decanta en los encuentros de carne y hueso. Y en el medio de estas pocas certezas, burbujean las preguntas ¿puede el arte mantener su espíritu crítico y sensible en las apps de redes sociales? ¿puede el lenguaje del arte a través de esa red virtual que cada día atraviesa más nuestra existencia viralizar un humanismo capaz de desafiar la época? ¿puede el arte, desde dentro o desde fuera de la tecnología que nos habita, ayudarnos a mirar las estrellas, esos puntos de fuga que nos arrastran a los orígenes de todo y nos dan la perspectiva de la eternidad sobre la que caminan nuestras propias existencias sociales e individuales?