Quizás todo sería más fácil, más simple, si la amurallamos. Como se amurallan los countries, como se blindan ciertas propiedades privadas. Rodear el campus, las facultades, con cal, con cemento, como para ponerle materia a esa división que las universidades se empeñan en crear desde hace décadas. Entonces sí, veríamos algunas manos alzarse desde ese fortín de la ciencia moderna, buscando pasar por encima de los ladrillos para alcanzar el afuera de la academia y extender a la sociedad, generosamente, una parte del saber del que la misma carece.
La imagen es dura, incómoda, tanto como la palabra que buscamos decir. El ejercicio es imaginar un espacio que dé sentido a la extensión, ese término preciso con que las universidades deciden nombrar su relación con la sociedad. Un punto de partida para recorrer las distancias que separan al pueblo de la academia, a la calle de la ciencia, a la vida de la técnica. Destejamos, entonces, este punto, esta incomodidad, esta tensión que históricamente las “altas” casas de estudio han intentado expulsar, dejar fuera.
Extensión: del latín extensio, acción y efecto de hacer que ocupe más espacio. ¿Qué extiende la universidad? ¿hacia dónde? ¿hacia quiénes? ¿qué espacio quiere ocupar? ¿qué es un espacio?
Un espacio es un barrio donde una murga suena todos los sábados y crea el tiempo para el encuentro y la comunidad. Un espacio es una biblioteca popular donde un grupo de niñxs construye historias de superhéroes capaces de vencer los problemas que lxs vecinxs enfrentan. Pero un aula donde un grupo de estudiantes escucha teorías de economía, política, física, medicina o alguna de las tantas disciplinas inventadas por la ciencia moderna y occidental ¿no es, también, un espacio?
Al nombrar su relación con la sociedad, a la que mira y analiza, la universidad se ubica a sí misma fuera del tejido social. Se separa de él: crea una otredad. Un otro al cual extiende su saber. Pero en este terreno no hay nada que extender, no hay nada que ocupar. Porque como dice el dicho popular, el saber no ocupa lugar. Y porque como dijo Isaac Newton, ese gran referente del conocimiento científico, lo que sabemos es una gota de agua, lo que ignoramos es el océano.
Hay saberes que corren como el agua. Hay pueblos originarios que saben de la tierra porque son parte de ella, hay mujeres que conocen de violencias porque las sufren en sus cuerpos, hay barrios que saben de la injusticia porque la habitan en sus rutinas. Y hay universitarixs que saben que, como dijo también el descubridor de la gravedad, los humanos construimos demasiados muros y no suficientes puentes.
Hay docentes, estudiantes, egresadxs, profesionales, científicos y artistas que saben que la institución que habitan es un hilo más del tejido social que tramamos cada día entre el pueblo y la academia, entre la ciencia y la calle, entre la técnica y la vida. Y desde allí tienden diálogos con las tejedoras, para saber cómo es la textura de la lana, para hilvanar junto a ellas los conocimientos y las sensibilidades con que se teje esto que somos.